José Manuel Andoin
Farero de Senekozuloa, Santa Clara y Igueldo
El documental 'Ur artean'. Cuenta la vida de José Manuel Andoin, el último farero de la isla de Santa Clara, que fue además tirador olímpico con reconocimiento internacional. Vivió en el faro con su madre desde 1944 hasta 1968 y se suicidó en el faro de Igueldo en mayo de 1974, exactamente seis meses después de la muerte de su madre.
En 1864 se construyó el faro de la isla de Santa Clara. Desde entonces han sido muchos los fareros que han vivido allí, la información sobre el último: José Manuel Andoin. "Realizó sus prácticas en el faro Senekozuloa de Pasai, y posteriormente fue enviado a Santa Clara para que se hiciera cargo de este faro". Andoin vivía en el faro junto a su madre, doña Andrea, ambos tenían caracteres muy opuestos. "José Manuel era una persona muy abierta y le gustaba hablar con las personas que visitaban la isla, mientras que su madre era muy cerrada e introvertida".
Además de su faceta como farero, José Manuel Andoin tuvo otra vida paralela que le hacía muy feliz, la dedicada al tiro. «Fue campeón olímpico, y llegó a ser entrenador de la selección española.
Hay que imaginarle viviendo con su madre en la isla, durante 20 años, los dos solos. El padre había muerto cuando él era un niño. Otro no hubiera aguantado, pero Andoin estaba muy apegado a su madre. Él tenía un carácter tranquilo, pero ella regañaba mucho. Gente con la que hemos hablado nos contaba algunas anécdotas. La madre fue la que abrió el primer bar en la isla. Cuando la gente le pedía una aspirina, por ejemplo, contestaba de malas maneras: 'no hay'. El hijo sonreía como para disculparla y suavizar la situación; era su forma de decir: 'no le hagas mucho caso'».
Pero al modernizar y automatizar toda la infraestructura en 1968, fueron enviados al faro de Igueldo. "En teoría, la de Igueldo era una ubicación mejor, ya que no estaba tan aislada como Santa Clara, pero al parecer su madre no se adaptó al cambio y a los 6 meses falleció", afirma el director de Fundación Cristina Enea. La desgracia, sin embargo, no terminó con la muerte de doña María. De hecho, Hernández ha contado que "pocos meses después, el propio José Manuel Andoin, el último farero de la isla Santa Clara, cogió su escopeta favorita y se suicidó".
Andoni Barrenetxea y José María Abásolo vivieron en la torre de Matxitxako. Ahora una única técnica monitoriza todo el litoral vizcaíno
Andoni Barrenetxea, farero jubilado, tiene la mirada perdida en el horizonte. «Está casi como para poner la sirena de niebla, aunque habrá unas dos o tres millas náuticas de visibilidad», observa, y por un momento parece olvidar que hace más de veinte años que no trabaja allí.
En sus 24 años allí ha visto casi de todo: «He vivido rachas de viento en las que las paredes temblaban. Y de noche es tan inmenso todo...», relata evocando la figura del farero aislado del mundo en su torre azotada por la tormenta. Él es quizá uno de los últimos de un oficio que se apaga poco a poco.
José María Abásolo, farero nómada e inventor en sus ratos libres, recaló en Matxitxako en los años cincuenta.
«Inventó un artilugio que hacía saltar una alarma en caso de que la linterna dejara de girar por la noche», recuerdan Purita, Mariana y Juan Abásolo, tres de sus hijos. Al llegar a Matxitxako tenían 8, 5 y 4 años, respectivamente.
En 1958 enviaron a Andoni al faro de Bojador, en Marruecos, donde cada cierto tiempo debía limpiar la arena del desierto que se acumulaba en lo alto de la torre. No era el único peligro: «Eran tiempos de guerra y nos tocaba dormir con una pistola en la mesilla. En caso de ataque teníamos orden de apagar la lámpara y llevar munición a las ametralladoras que teníamos en frente».
Vivió un tiempo en la isla de Dragonera, completamente aislado con otro compañero, donde una lancha les llevaba la comida necesaria para subsistir dos veces por semana. A los Abásolo, les gustaría volver a los faros en los que vivió, pero siempre con la vista puesta en volver a casa, a Matxitxako:
En 2016, había 40 fareros en España. Ahora, cuando uno de ellos se jubila, una empresa de mantenimiento ocupa su lugar. Desde hace años, una única técnica, Cristina García-Capelo, cuida los faros y torres de señales que jalonan la costa vizcaína.
La Galea, Gorliz, Lekeitio… Un sistema informático permite monitorizarlos, incluso desde el móvil, para detectar fallos y así salvar las distancias. «Ya ni siquiera hace falta subir hasta la linterna para ponerla en marcha o correr las cortinas que la protegen de día. Es todo automático». Nada que ver con las guardias de veinticuatro horas de los antiguos fareros, pendientes de que la lente rotara a la velocidad adecuada.
Actualmente, los dos fareros de Matxitxako son Alejandro Martínez y Cristina García-Capelo. Ambos son técnicos de ayuda a la navegación y eligieron cubrir esta profesión atraídos precisamente por la tranquilidad que aporta vivir en un paraje aislado. “En este lugar castigan el viento y los temporales, como el día que sopló a más de 200 kilómetros por hora. No éramos capaces ni de cerrar las puertas de los talleres, se rompían los cristales y volaban las tejas. Pero al mismo tiempo, Matxitxako también nos regala tranquilidad y paisajes impresionantes”, subrayaron.