Arturo García Puente
Farero de Cabo Mayor, La Cerda, Mouro y Ajo
Arturo García Puente se graduó en la Universidad Autónoma de Madrid en 1988, en el grado en Químicas. A pesar de esto, el destino le tenía guardado un trabajo peculiar, el de farero. Oficio que lleva desempeñando desde hace ya 30 años. Tras una década viviendo en el Faro de Cabo Mayor; en 2001, tuvo que abandonar su hogar debido a la instalación del Centro de Arte de Cabo Mayor. Actualmente, en Torrelavega.
“Para ser farero yo tuve que hacer unas oposiciones” porque, “hasta 1992 había que hacer oposiciones, ya que éramos funcionarios”. “Tú hacías las oposiciones, y después de aprobarlas, durante seis meses hacías en Madrid un curso práctico. Y dependiendo de las plazas que se ofertasen y de la nota que hubieras sacado en las oposiciones, pedías destino”.
Arturo llevaba un tiempo pensando en dejar de vivir en Madrid, para irse a otro sitio. Así que, un domingo por la mañana ojeando en el periódico anuncios y ofertas de trabajo, y entre todas una le llamó especialmente la atención; una academia que preparaba a la gente para realizar las oposiciones de farero. Y entre risas y bromas, surgió la idea: “Medio de vacile con mi mujer comenté: Oye, ¿y si me hago farero?”, decía el madrileño. Tras esto la idea de ser farero rondaba la mente de Arturo, así que, estando de vacaciones en el norte, aproveche para preguntar sobre este oficio al técnico del Faro de Cudillero. Dos años después se preparó las oposiciones, las aprobó, hizo el cursillo pertinente y comenzó a ser farero.
"El Faro de Cabo Mayor fue construido en 1839, en la época de Isabel II. Desde entonces este edificio guarda consigo 180 años de historia, entre la que se esconde un gran secreto. Y es que según Arturo esta estructura fue edificada por un masón. El farero establece la teoría de que la construcción está compuesta por 3 tramos de 33 escalones, entre descansillo y descansillo, y un último tramo de 12 escalones. “En total son 111 escalones de piedra”, añadía el farero. “Yo cuando los conté la primera vez pensé que me había equivocado, así que volví a contarlos varias veces. Cada vez que subía a lo alto de la cúpula los numeraba, y siempre me salía la misma”. Y a este extraño hecho se le suman los tres relojes de sol, ya bastante deteriorados, que se encuentran en la entrada del faro; debajo de los cuales hay tres inscripciones en latín. En las cuales pone: “Sine sole sileo” (sin Sol no existe nada), “Tulit alter honoris” (tomó otro honor), y “ultima forsan” (última forja). “Debía ser la última construcción de un arquitecto masón, ya que estos adoran el sol como una presencia divina que mira para abajo para observar los actos de los seres humanos”.
Isla Mouro
El Faro de Mouro es un Torreón que actualmente “funciona con paneles solares", construido en 1860, y situado frente a la península de la Magdalena, en un territorio rocoso de tan solo 1,7 hectáreas rodeado de agua. "Hasta 1920 estuvieron viviendo dos familias que en numerosas ocasiones permanecían varios días incomunicados por los temporales. Un fuerte temporal acaecido en 1865 hizo que uno de los fareros perdiera la vida tras ser arrastrado por una ola y caer al mar.
En el transcurso de un temporal en 1896 a uno de los dos fareros que residían en la isla le sobrevino la muerte de forma repentina, y su compañero no tuvo más alternativa que convivir varios días con su cadáver hasta que remitió la tormenta.
«Cada vez que debo visitar el faro para hacer el mantenimiento me acuerdo de las familias que vivieron allí. Vaya suplicio. El faro de Mouro es una condena. Aislados y sin sitio ni para pasear». Cuesta imaginar cómo se desenvolvían las dos familias. «Les llevaban provisiones para un mes, pero como la cosa se pusiera mal, tenían que racionar la comida. La situación era tan grave que “el faro de la Isla de Mouro fue el primero que se automatizó en España, con gas”. El madrileño comparaba la adversidad de la vida en aquel lugar con la de ser el responsable de El Faro del Caballo en Santoña, aunque según él “por lo menos de ahí podías salir, pero de Mouro no; ya que estabas rodeado de agua”.
Carlos Calvo Gómez
Los faros son el elemento más importante de la señalización marítima. Desde hace ya más de veinte siglos vienen realizando esa labor de protección de la costa, aunque los primeros generalmente señalaban la entrada a un puerto, mediante una luz fija.
El incremento del tráfico marítimo, con el descubrimiento del Nuevo Mundo y las travesías a las Indias y África, favoreció la construcción de nuevos faros, actuación que se completó en tiempos de Isabel II cuando puso en marcha el primer Plan de Alumbrado de la Costa que es el origen de la mayor parte de los faros españoles.
Carlos Calvo cambió su vida en 1991. Nació lejos del mar, en Soria. Estudió Filosofía, pero un día se enteró de la convocatoria de unas oposiciones para el cuerpo de torreros, y decidió presentarse porque “quería vivir en un sitio tranquilo donde poder reflexionar y pensar. A mi mujer también le gustaba, así que saqué la oposición”.
Carlos es técnico de señales marítimas desde 1992 y comienza a trabajar en el campo de las ayudas a la navegación siendo su primer destino el faro de Maspalomas en Gran Canaria, ocupándose junto a dos compañeros del mantenimiento de los 6 faros de la isla de Gran Canaria, así como del balizamiento del puerto de la Luz.
Fue encargado del faro de San Vicente, y tuvo el privilegio de ser el último que vivió en este faro y ahora se responsabiliza del faro de Suances y de las diferentes señales marítimas del occidente de la región.
Carlos no personifica la imagen tradicional del farero manchado de grasa. Es más, un oficinista. Gestiona los trámites para los balizamientos de la costa cántabra y es el delegado de España en la Asociación Internacional de Señales Marítimas. También organiza un seminario dirigido a pensar qué nuevos usos pueden tener los faros. “Antes debía vivir en ellos alguien para garantizar su mantenimiento, pero hoy no es necesario. Ahora que esto ha cambiado hay que empezar a pensar qué hacer con todos esos espacios vacíos”.