Oleiros y Drake
Tras el descubrimiento de América en 1492, el trajín de mercaderías empezó a abarrotar las bodegas de los galeones españoles y a despertar la secular afición por lo ajeno de nuestros voraces vecinos del norte, los ingleses. La codicia de piratas, corsarios, bucaneros, filibusteros y toda laya de oportunistas, amparados unas veces y financiados abiertamente otras por la Corona de su Graciosa Majestad. Aunque bien es cierto que antes de que los ingleses hubieran terminado de hacer el calentamiento y coger carrerilla, otros animosos aventureros con parche o sin él, ya estaban haciendo su agosto. Este es el caso de los avispados galos Jean Terrier, y el mismísimo Jean Fleury y su famoso golpe al tesoro de Cortés con la apropiación del llamado “quinto del rey “o tributo correspondiente al monarca español. Afortunadamente, para alivio de nuestros dolores de cabeza, este pirata francés acabaría, colgado de una soga en Cádiz en el año 1527 tras ser capturado por el capitán vasco Martín Pérez de Irizar, al ser pillado ‘in fraganti’.
Pero a este elemento sobrevalorado por la historia, le salió un serio contrincante que de pupilo aventajado pasó a ser no se sabe cómo ni porqué, un icono nacional con méritos más que discutibles; Francis Drake se llamaba el sujeto en cuestión.
Su auge en los anales de la historia de la piratería como referente de esta cuestionable disciplina le alzaron a la fama cuando escamoteando sus fragatas con un severo camuflaje en Puerto Escondido en Panamá, se hizo con una entera recua de acémilas que a la sazón portaban plata en abundancia. El golpe fue sonado, pero no contento con ello, cruzaría el Estrecho de Magallanes y asaltaría por sorpresa varias en el Océano Pacífico. Antofagasta, Callao, Guayaquil y otras menores, caerían sorprendidas ante el cruel pirata educado exhaustivamente en el odio hacia los españoles por su progenitor, un protestante confeso que había padecido las guerras de religión en las islas. Se dice, y quizás con fundamento, que, con los dividendos de aquella durísima razia, se cimentaron los fundamentos del Banco de Inglaterra con el millón y medio de libras conseguido tras sus tropelías.
Aquella próspera singladura caló hondo entre los armadores y comerciantes y les incitó a financiar nuevas expediciones de saqueo contra las posesiones españolas allende los mares. Mas tarde, Drake tuvo un golpe de fortuna atacando Cádiz e incendiando la flota española. Pero la confianza en sí mismo le alimentó un ego desmesurado. Durante el ataque a La Coruña donde estaban refugiados los restos de la Felicísima Armada (llamada la Invencible por los ingleses), los gallegos le aplicarían una derrota sonada; el principio del fin se avecinaba. Pese a la victoria sobre los barcos españoles en julio de 1588, la reina Isabel decidió seguir atacando la flota española y envió a Drake con 120 navíos y 20.000 hombres a las órdenes de Henry Norris. El 4 de mayo de 1589 alcanzaban A Coruña. Drake se acercó a Mera, bordeó Santa Cruz, desembarcando tropas aquí y en Oza, fuera del alcance de los cañones de la fortaleza, emplazada entonces donde hoy está el jardín de San Carlos, y de los del fuerte de San Antón. Varios días duró el ataque al casco antiguo de la ciudad, hasta que el 14 de mayo los ingleses lanzaron el gran ataque. Fue entonces cuando emergió la figura de María Pita, que dio muerte al alférez inglés que dirigía el asalto y le arrebató el estandarte. El 19 de mayo Drake y la armada inglesa abandonaron A Coruña.