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Almería Milenaria

Dicen, Alcazaba, que tu vientre ha parido hasta diez criaturas. Eres una fortaleza en construcción, destrucción y reconstrucción permanente, desde tu alumbramiento hace más de mil años. Algo me hace pensar que fueron muchos más. El tiempo dirá.

Los árabes te llamaban al-Hisana y Calaa Jairán y los almerienses te nombraban por alcazaba, en su dialecto andaluz de entonces. Su terquedad hizo que tu nombre designara todas las fortalezas. ¡Tan terca como tú, que te rendiste a la Naturaleza, no al invasor!

Cuenta la leyenda, que, en la gruta bajo el castillo de San Telmo, semioculta por el agua del mar, se protegió Ulises de las sirenas. Hay siglos que emergen con nuevas luces silenciando incógnitas de pasadas contiendas. Me ha contado un geniecillo que el mismísimo Túbal, nieto de Noé, arribó a tus playas tras un naufragio y ante tamaña belleza decidió instalar aquí el primer asentamiento humano de la península.

En tus costas, nació la antiquísima Cultura de Almería, que se inició en el neolítico final, a través de todo el eneolítico, y hasta el principio de la Edad del Bronce. Una evolución ininterrumpida, sobre todo en el sureste de España y en el Este, sur de Cataluña y Aragón, en una parte del valle del Ebro. Tú fuiste, Almería, según las modernas fuentes arqueológicas, la antepasada de los iberos y tu influencia cultural alcanzó a los vascos y el sur de Francia. Pero… dejemos la Historia para los historiadores.

Después, según el geniecillo, que no los historiadores, fue Osiris quien te visitó cuando perseguía al tirano Gerión y cuando Hércules luchó contra los hijos de éste, fue en tus playas donde preparó la estrategia para tan singular combate, dejándonos después, como primeros reyes, a Hispalo y posteriormente a Hespero.

Hoy, varios milenios después llegan a tus costas los hijos modernos de aquellos que te engrandecieron de nuevo en el siglo X. Vienen vestidos de miseria, buscando cobijo en el trozo de hierba que plantó su padre, sin más equipaje que recuerdos desnudos, vidrios sin brillo en tierras de hambre, hileras de caminantes entre edificios hostiles, esperando heredar la espesa lluvia.

No caben lamentos, ni prolongar los soles en la recreación de la derrota antigua. ¿Bajo qué recóndito árbol enterrarán la piel? Se rebela el aire huyendo de ellos, y queda sólo la mancha desierta, protegida y al tiempo expuesta a las tormentas por la gula del cordero insaciable.

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