Tapia de Casariego
Los pueblos prerromanos asentados en la ribera del Eo, eran los egobarros, y los cibarcos. La gran densidad de poblamientos castreños puede deberse a la presencia de numerosas explotaciones mineras antes y durante la dominación romana.
La Edad Media se caracteriza por la gran influencia que los poderes feudales ejercen sobre la zona, en especial los eclesiásticos. Será alrededor de los monasterios de San Martín y San Esteban donde va asentándose la población.
En 1154 el territorio pasa a manos del Obispado de Oviedo, cedido por el rey Alfonso VII.
En época bajomedieval el puerto de Tapia tiene ya cierta importancia pesquera. Existen referencias, asimismo, a la existencia de un hospital de peregrinos, en relación con el continuo ir y venir de caminantes por el ramal costero del Camino de Santiago.
En 1580 la desamortización llevada a cabo por Felipe II da la independencia jurisdiccional a los vecinos de Tapia y Salave. Pero no será hasta el siglo XIX cuando Tapia consiga tener un Ayuntamiento autónomo. Será Fernando Fernández-Casariego el artífice de la conversión de Tapia en una villa a partir de la aldea primitiva, logrando que el Gobierno aceptase en 1863 la creación del nuevo concejo de Tapia, independiente de Castropol. Más tarde se acordó denominar la capital del concejo como Tapia de Casariego en recuerdo a su benefactor, que había obtenido en 1872 los títulos de marqués de Casariego y vizconde de Tapia.
Estaba ya habitado el solar de La Veguina en tiempos prehistóricos como atestiguan los Abrigos de Penas Caldeiras, el asentamiento castreño del mismo lugar también prueba la presencia de pueblos prerromanos, probablemente Cibarcos, estas tribus conocían la metalurgia y se dedicaban también a la agricultura y al pastoreo. De estos tiempos prerromanos se encontró una piedra de tamaño considerable de granito con texto grabado en una lengua ininteligible que nunca se pudo descifrar.
Ya durante la época de dominación romana La Veguina perteneció al Conventus Lucencis. Roma dejó sus huellas con el Canal Romano, también llamado Canal dos Moros, y la explotación minera de Penas Caldeiras. El Puente Veyo, aunque conocido como romano, casi con toda seguridad sea alto medieval.
Tras las invasiones bárbaras formaría parte del reino suevo hasta el año 585, fecha en la que el rey Leovigildo anexionaría este reino al Visigodo. Según se desprende del catastro de Ensenada a finales del Siglo XIX la ganadería y la agricultura eran el modo de vida de la mayoría de los habitantes del pueblo, aunque también había molineros, maderistas y herreros, la presencia de varias herrerías en estos parajes puede ser debido a que en las antiguas explotaciones mineras del Pozo del Llago y Penas Caldeiras se realizaron en aquellos tiempos extracciones de hierro, oligisto, pirita y limonita.
De los varios acontecimientos históricos ocurridos en esta villa de Tapia, a comienzos del siglo XX, ninguno despertó tanta emoción como la llegada y pérdida del gran navío que sin duda alguna fue uno de los naufragios más misteriosos de la historia de la villa tapiega. Este es el único testimonio escrito del incidente.
El 1 de marzo de 1905 aparecía frente al puerto de Tapia un navío de grandes dimensiones, mucho más grande de los que arribaban al puerto de la villa. Fue avistado por varios patrones de las lanchas que más tarde saldrían a faenar y a los que llamó la atención las consecutivas maniobras sin sentido alguno que este realizaba.
Fue Ovidio, patrón de “Villa de Tapia” quien primero salió de puerto y se acercó al buque a cerciorarse de que todo iba bien a bordo. Según comenta Vargas Vidal, los ocupantes del “Villa de Tapia” intentaron llamar la atención del buque sin éxito alguno. Fue entonces cuando decidieron subir a bordo del “ESTER”, donde no se encontró a ningún tripulante. Ovidio se proclamó así “Hallador” del barco a todos los efectos. Se cuenta también que hasta la comida estaba servida en el momento del hallazgo. Fue en este momento, cuando con ayuda de los marineros de otros pesqueros, fondearon el barco con una gran ancla.
No fue poca la expectación que esta aparición generó en los pueblos cercanos a Tapia y durante toda la tarde la gente se apiñaba tanto en “San Sebastián” como en la zona de “La Guardia” y “Os Cañois” a contemplar el buque que era descrito así por el autor del libro:
“Sobre las cuatro de la tarde, el cielo se había despejado por completo; lucía un sol espléndido; las aguas habían llegado a la pleamar. en estos momentos, particularmente cuando el navío, en sus variables posiciones, quedaba paralelo a los muelles de afuera, presentaba el aspecto de una arquitectura naval perfectísima, con una distribución de líneas deliciosa. La proa caía en línea recta; los mástiles de proa y popa, distanciados armónicamente, bastante altos, subían casi perpendiculares, con una leve inclinación hacia la popa; los puntales de carga y descarga, recostados horizontalmente por sobre las bodegas; el puente era alto, pero guardando proporciones simétricas, situado casi en el centro del buque. No se alcanzaban a ver bien las señales pintadas que debía de tener en la chimenea, inclinada hacia popa, y que completaba muy bien el armónico conjunto del navío.”
Ya por la tarde los presentes constataron que el barco ya no permanecía en su fondeadero original. Fue hacia la medianoche, un gran estruendo sobresaltó a todos los que se encontraban observando la escena; el barco había encallado en la zona conocida como la “escomulgada”. El barco fue identificado como danés por parte del párroco Don Clemente, una vez fue recuperada su bandera.