Acantilados de Papel
Al hablar sobre lugares que vale la pena visitar resulta difícil no caer, de vez en cuando, en la exageración. Pero la costa de Xove es uno de esos espectáculos que de verdad merecen adjetivos como impresionante o grandioso. El propio nombre del municipio, posiblemente relacionado con Júpiter, parece recordar que estos son paisajes dignos de los mismos dioses.
Quizá la mejor forma de conocer la abrupta ribera de Xove sea recorrer su tramo de la Ruta del Cantábrico, una senda que aquí serpentea pegada al mar y en la que se suceden promontorios rocosos, playas, precipicios, lenguas de hierba y parajes tan sobrecogedores como libres del turismo de masas.
Cada metro del recorrido merece la pena, pero hay algunos enclaves con una fuerza especial. Uno de ellos es, sin duda, Punta Roncadoira, con su faro solitario y unas vistas majestuosas sobre el Cantábrico, las islas próximas y el quebrado litoral de la zona. Otro es el cabo de Morás, en cuyos acantilados excavaron las aguas una vertiginosa maravilla natural. Las paredes de granito han sido esculpidas de forma tan caprichosa que casi se asemejan a una descomunal cartulina estrujada, y eso le ha valido al lugar el nombre de Acantilados de papel.
También hay en la costa de Xove sitios más recogidos y apacibles, como Portocelo. Su topónimo viene, probablemente, del latino Portucellus, o «puerto pequeño», y sus playas resultan perfectas para el baño. Pero no son el único atractivo de esta parroquia, porque San Tirso de Portocelo tiene una historia larga que viene enredada con una antigua leyenda, como debe ser. Las ruinas de la vieja iglesia de San Tirso aún permanecen en pie frente al mar, entre las aldeas de Vilachá y Portocelo, y cuenta la tradición que el mismo santo llegó en barca hasta el pie de estos acantilados. Según unas versiones, bajó por sus propios medios y dejó huellas en las rocas, y según otras, lo que venía realmente en la embarcación eran los restos descuartizados de Tirso. A la manera de la leyenda xacobea, se cuenta que la barca quedó convertida en piedra y que todavía se puede distinguir, entre los peñascos, cuando baja la marea.
Otra piedra que continúa sugiriendo preguntas es la que llaman O Pau da Vella, en la Serra do Buio. Y la primera de esas preguntas es, precisamente, si se trata de una cruz, de una estela antropomorfa o incluso de un ara anterior a la cristianización de estos lugares. De poco más de un metro de altura, se sabe que en su día sirvió de referencia para marcar los límites de los municipios de O Valadouro, Cervo, Xove y Viveiro, pero acerca de su cronología y su función original no existe una pista clara. Quizá por eso también abundan las leyendas y las historias sobre este pequeño monumento. Según una de ellas, los clérigos de las cercanías se reunían una vez al año para comer en torno a la cruz, sentados en círculo. También se cuenta que, en el mismo lugar, los representantes de las parroquias de la zona acordaban, en la noche de San Juan, el reparto de las moscas para cada casa, de manera que no sobrasen ni faltasen.
Los relatos legendarios de Xove llegan hasta el monte Medela, que algunos consideran aquel célebre Medulio en el que, tras aguantar el asedio romano hasta el límite, los resistentes celebraron un último festín y se arrojaron al fuego.
El recorrido por el municipio no estará completo sin pasar unas cuantas horas en la playa de Esteiro, tranquilo arenal de agua transparente, y sin acercarse al Pozo da Ferida, un bucólico escenario formado por las aguas del Xudreiro y escondido en la espesura.