A pocos kilómetros de la pequeña ciudad costera de Port Vendres a lo largo de la costa Vermeille, se llega al faro del casquillo del oso lugar en la montaña. Una pequeña torre cilíndrica, que data de 1836, que se eleva hacia el cielo durante unos 30 metros. Desafortunadamente, debido a las nubes que envolvían con demasiada frecuencia, su luz blanca y de fijación no fue suficiente, fue abandonado y sustituido en un momento posterior de otro faro al nivel del mar, este último equipado con luces intermitentes de color blanco que cada 20 segundos señalizan la costa. Por desgracia, el guardián del faro ha sido sustituido por un sistema de automatización controlada de forma remota. A los pies del faro se encuentran las ruinas de una fortaleza militar utilizados por las fuerzas armadas francesas.
Tal como lo conocemos hoy, data de principios del siglo XX. Está a unos 80 metros sobre el nivel del mar. Además de garantizar la seguridad de los barcos que llegan, también tiene una estación meteorológica.
Hoy, su operación está completamente automatizada. Su esbelta figura vuelta hacia el mar lo convierte en una de las imágenes más reconocibles de Port Vendres.
El origen de este pueblo se remonta al siglo VI antes de cristo con los fenicios en su origen. En ese momento, este puerto era un puente entre Oriente y Occidente. Sus aguas profundas permitieron que los buques más grandes anclasen cerca, promoviendo así el comercio alrededor de la cuenca mediterránea.
Durante siglos, su posición privilegiada permitió que el pueblo subsistiera. La Edad Media marcó el desencanto de la población de esta ciudad. Poco a poco, ¡Port Vendres vació a sus habitantes antes de caer silenciosamente en un letargo que el Renacimiento interrumpió!
Aunque la historia de Port Vendres ha sido muy agitada, sigue siendo un verdadero remanso de paz. Ofreciendo la riqueza de las tierras catalanas bañadas por el sol, y la suavidad y los colores que le dan el Mediterráneo y el Tramontane, ¡Port Vendres es una de las joyas de la costa de Vermeille!