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El Gallo de Barcelos

Había en Barcelos una horca de ejecución y cerca de ella, en el borde del camino, una posada muy concurrida, famosa por la belleza de su propietaria. Un día, un peregrino que cumplía una promesa a Santiago de Compostela pasó la noche en la posada. La posadera se enamoró al instante del peregrino, pero el peregrino no se sintió de la misma manera por estar en un viaje piadoso.

La mujer, despechada por la indiferencia del hombre, urdió su venganza escondiendo en su equipaje unos valiosos cubiertos de plata. A la mañana siguiente, el peregrino fue detenido por ladrón cuando le encontraron las piezas de plata en su equipaje.

Cuando se le llevó en presencia del juez que se preparaba para almorzar un gallo asado en ese momento, el hombre juró su inocencia, pero conforme a las pruebas y según las costumbres, el hombre fue condenado a la horca.

El peregrino, súbitamente inspirado por la intervención divina le dijo entonces al juez: “Soy inocente y este gallo asado cantará para probar mi inocencia”. En el preciso momento en el que colgaban al hombre del cuello en la horca, el gallo se levantó y cantó. A la vista del milagro, el juez corrió a la horca y encontró al peregrino colgando del cuello, pero la soga estaba floja porque Santiago sujetaba al peregrino por los pies.

El peregrino, en vista del milagro, juró volver una vez que hubiese cumplido el objetivo de su peregrinaje. Y así fue, el peregrino retornó y grabó en una cruz de piedra su historia para que fuera recordada. Esa es la cruz que se puede ver, desde el Siglo XIV, en Barcelos y este es el motivo por el que el gallo es el símbolo nacional de Portugal.

Sin embargo, aunque la historia puede parecernos única y, evidentemente, curiosa, en España también tenemos al menos una leyenda muy parecida cuando no idéntica: en Santo Domingo de la Calzada, un pequeño pueblo de La Rioja se ha contado durante siglos la historia de un gallina que cantó después de asada.

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