La leyenda de La Isla de la Rata
Cuenta la leyenda que hace muchos años, en la Cala de Portlligat – Cadaqués, se descubrió una extensa Isla formada totalmente de oro; rocas, arena y hasta el agua que corría por su superficie, brillaban ante el reflejo de la luz del sol.
Los marineros, ávidos de llenar sus arcas de riqueza, planeaban el viaje que los llevaría hasta el dorado arrecife, con la idea de desembarcar y arrasar con todo el oro que cupiese en sus sacos. Pero cuando llegaban a ella, el viento comenzaba a soplar enfurecido, creando remolinos y levantando enormes olas, hasta provocar que los tripulantes y la nave acabaran sin vida y en el fondo del mar.
Los que superaban esta primera prueba, debían enfrentarse a unos terribles monstruos marinos que emergían de las profundidades junto a la roca dorada, tan horribles eran que congelaban la sangre y paralizaban el corazón. Pero no era esta la última prueba a superar para los más fuertes y atrevidos, les esperaba un gigantesco pulpo que habitaba en una cavidad profunda del islote y que sólo se alimentaba de carne humana. Tenía una enorme cabeza y unos gigantescos tentáculos que eran capaces de destrozar la más grande de las naves.
Se dice que algunos marineros llegaron a pisar la superficie de la Isla tras superar todos los obstáculos, incluso algunos llenaron sus sacos de oro, pero nunca salieron de allí, ya que el arrecife estaba habitado por unas ratas de enormes dimensiones, de un color indescriptible, que emitían unos gritos escalofriantes, atacaban y despojaban a los ladrones de su corazón, ojos y cerebro. Todas estas historias, hacían pensar que aquellos que consiguiesen atravesarla y mantenerse allí hasta la puesta de sol, conseguirían la inmortalidad.
Un destemido “coralero” quiso desafiar a la Isla, tenía tras sus espaldas numerosas batallas ganadas y quería ser el primero en llegar, superar la prueba y convertirse en inmortal. Para ello se construyó un enorme y pesado barco que pudiese aguantar los envistes del mar, forró el barco de proa a popa con afilados cuchillos para matar a los monstruos marinos y para acabar con el gigantesco pulpo instaló una sierra de descomunales dientes.
Superó todas las pruebas, llegó a pisar su superficie, caminar entre sus límites, y en cuanto comenzó a oír los gritos escalofriantes de las ratas desenfundó sus dos sables berberiscos… pero ya era demasiado tarde, había perdido sus ojos y su ceguera no le permitió defenderse de un tercer ataque en el que perdió su corazón y su cerebro a manos de las ratas.
Estos temibles animales no llegaron a comérselo, le dejaron volver a tierra sin ojos, corazón ni cerebro, con el objetivo de enviar este contundente mensaje al resto de marineros.
Todavía hoy delante de la playa de Portlligat, podemos observar los restos de aquella enorme Isla de oro, los pescadores la llaman la Illa de sa Rata o la Massa d’Or, que sigue destellando bajos los rayos del sol.