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Mar del Pais Vasco

Conocer el patrimonio farero que antaño marcaba rutas balleneras y bacaladeras, le da la auténtica esencia a la costa vasca. Qué mejor paraje que estas ayudas a la navegación, encaramadas a promontorios, ligando a la perfección sus 246 kilómetros de litoral salpicados de cabos bravíos, frecuentemente envuelta en brumas, con las luces salvadoras de la costa. Aun no siendo visitables, cualquiera puede acercarse a parajes en los que sólo a estas torres luminosas les está permitido romper la faz natural.

Catalogado como monumento histórico desde finales de la década del 2000, el faro Biarritz en la Pointe Saint-Martin, un escarpe rocoso que domina toda la ciudad vasca. Construido a principios del siglo XIX, en 1834, tiene 73 metros sobre el nivel del mar, con vistas al cabo Hainsart que marca el límite entre el lado de las Landas y el País Vasco.

La característica más destacable del faro de Higer es su fácil visibilidad. Tan sólo hay que aparcar frente a su fachada para regalarse con su torre que toma el aire de un alminar neoclásico. Mide 21 metros y es la que mayor altura alcanza entre los faros vascos.

La blanca mole farística del Faro de la Plata trasciende a castillo medieval. La estructura, de tres plantas, presenta almenas, por si sus dos torreones dotados con arpilleras no fueran suficientemente intimidantes. Donde debería estar situada la torre del homenaje sobresale la linterna, único elemento perceptible desde el mar.

Al faro de Igeldo puede accederse por una estrecha carretera que parte de Ondarreta y abraza literalmente el blanco edificio. La misma carretera muere en el parque de atracciones de Igeldo, desde donde se otea el faro a vista de pájaro.

San Antón de Getaria y su particular ratón, configura un gratificante pulmón verde. Así se alcanza la escalera que trepa hasta la vivienda farera construida sobre el mogote que forma la cabeza del ratón, donde se atalayaba el paso de las ballenas.

En Zumaia, erguido sobre la Atalaya, el faro adquiere visos de ermita. Ya lo apuntaba Fernán Caballero: "Un faro es, después de una iglesia, el más santo de los monumentos. Ambos tienen el mismo fin: guiar, alumbrar, consolar y salvar".

Lekeitio. La edificación cuelga de un resalte del escarpe, a 46 metros de altura, dibujando su silueta en el aire de manera que la estructura hexagonal y la piedra gris parecen estar a merced de las olas.

Matxitxako en Bermeo, la torre de lo que fue el faro viejo, con el radar para el estudio del oleaje y la sirena. Lo mejor viene al caminar hacia el oeste, cuando se disfruta de una postal fastuosa: el islote Aketxe y la península de San Juan de Gaztelugatxe.

Subiendo por la colina, la linterna, con su estructura de fundición, se ofrece como un banquete gratuito de la mirada. La fachada principal conserva todo el primitivo sabor de la sillería, simulando un ministerio de faros.

Por el faro de Gorliz, no se pasa: hay que ir. Desde la playa de Gorliz, se asciende hasta el faro. La unidad del paisaje sólo se ve alterada por estos elementos adosados de 21 metros de hormigón, rematados por una linterna acristalada que alcanza 165 metros, lo que lo convierte en el faro más alto de la cornisa cantábrica.

La Galea, sobre una plataforma acantilada junto al molino de Aixerrota, con un delicioso paseo marítimo, que conduce al solar del primitivo faro, el fuerte de La Galea. La mirada puede abarcar toda la entrada del abra y el continuo tránsito de embarcaciones

Patrimonio
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